lunes, 26 de octubre de 2020

Malas decisiones

¿Recuerdas aquella vez que te enfadaste y gritaste a tus padres? Yo sí. Ja, ja, ja. Además, menuda tontería el motivo. Fue toda una chiquillada. Qué vergüenza, por favor, cada vez que lo pienso… madre mía.

Mis pobres padres allí, sin saber qué había pasado ni por qué me había enfadado. Pero, claro, en mi cabeza todo tenía sentido y era el mundo contra mí…

¿Nunca te has sentido triste y has pensado que era todo culpa tuya? A mí me ha pasado más veces de las que me gustaría. He llegado a pensar que me merecía estar mal, incluso he pensado hacer o dejar de hacer determinadas cosas para castigarme.

Jamás olvidaré un día que, aunque estaba algo depre, había quedado con mis amigos. No me iban bien algunas cosas y como no conseguía solucionarlas decidí poner una excusa a mis amigos y quedarme en casa.

Aquello sí que fue una autentica estupidez, y bien mayúscula, pero en ese momento estaba convencido que merecía quedarme en casa sufriendo esa tristeza en vez de despejarme y pasar un buen rato con ellos.

No sé la de cantidad de decisiones que he tomado estando mal que no sólo no me han hecho bien, sino que he acabado haciendo daño a otros o a mí mismo. Acciones, palabras, inacciones y silencios que han hecho más mal que bien por culpa de mi estado de ánimo.

Hace ya tiempo que soy consciente de este problema. No lo he superado ni por asomo y no creo que lo haga jamás, pero intento tenerlo presente para poder anticiparme cada vez que mi yo triste o enfadado parece querer tomar el control. No es fácil contenerlo y a veces logra su objetivo.

Por desgracia o por suerte para mí, solo suele ganarme cuando el que va a resultar dañado por él soy yo mismo. Sé que si lo llega a hacer cuando el objetivo son las personas a las que quiero, me costaría mucho más perdonármelo y eso lo acabaría alimentando y en la siguiente vez vendría fuerza.

Por eso mismo, es ahí cuando pongo más empeño en pararlo. O dicho de otra manera, no pongo el mismo empeño en protegerme a mí. ¿Ves? Ya me está ganando, ya me quiere culpar a mí de lo que él hace. A veces son acciones pequeñas, que pasan desapercibidas. Hasta que se acumulan y ya es algo grande.

Como decía antes, no sé la malas decisiones que he tomado, al igual que no sé las que he evitado. Y son precisamente estas últimas las que me dan fuerza para evitar más. De no ser por ellas quizá no estaría aquí ahora.

Quizá habría acabado como Alexander Supertramp, o pidiendo dinero a las puertas de un supermercado en un país extranjero. Quizá sería un número más de las estadísticas de la Dirección General de Tráfico sobre accidentes mortales en carretera, o estaría pendiente de juicio por robo con violencia o intimidación esperando una sentencia de dos a cinco años con pena de prisión.

La vida da muchas vueltas y no sé dónde habría acabado, pero sé dónde estoy ahora, por dónde quiero ir y cómo evitar desviarme mucho del camino.


2 comentarios:

  1. Muy interesante, creo que sí se puede luchar contra esa cosa porque como tú bien dices eres tú mismo. Todo lo bueno que le des/te des a pesar de que ello quiera todo lo malo, acabará como beneficio. Luchar contra ello eso sí es difícil, porque... ¿Quién es nuestro mayor rival más que nosotros mismos?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Difícil, pero al final hay qué hacerlo y cuánto más tardemos, más nos costará...

      Eliminar