viernes, 4 de noviembre de 2022

Trozos de vidrio: tú

Aquella mañana, como tantas otras, me desperté por el frio. El sol entraba por la ventana y se posaba sobre mi cara y la almohada. Sin embargo, yo no era capaz de sentir su calor. Estaba tan helado que al coger el vaso de agua de la mesilla de noche, sentí como si estuviese agarrando la bandeja caliente del horno con las manos desnudas.

Lo mismo sintieron mis pies descalzos al levantarme y caminar sobre las baldosas de la habitación. Me vestí rápidamente, casi como para un viaje a la montaña. Calcetines, pantalones, botas, jersey, guantes y mi abrigo favorito, todo de lo más cálido que tenía en el armario. Entonces, salí a la calle.

Había llovido esa la noche, por lo que el viento húmedo calaba mis los huesos mientras se colaba por cada más mínimo resquicio que encontraba entre mis prendas. Eché a andar para entrar en calor con el movimiento, pero no sirvió de mucho. Sentía el frío hasta en la más honda para de mi ser.

No sé realmente cuando tiempo pude haber estado andando hasta que darme cuenta que lo hacía sin rumbo alguno. Caminaba como un autómata vacío impulsado por la brisa helada. De hecho, aún ahora sigo sin recordar muchas partes de ese día. Por ejemplo, sé que quedé con alguien, pero no con quién.

Recuerdo aquel café hirviendo que no pude ni empezar y recuerdo haber empleado aquel rato en hablar y algo de escuchar. Recuerdo haber estado allí, pero sé que lo estuve sin estar. Me conozco lo suficiente como para reconocerla sin recordarla: la apatía en mis palabras, mis odios y, seguramente, mi mirada. Sé cuándo soy y en ese momento, simplemente no fui.

Más tarde, volviendo ya a casa, la volví a ver. Hacía tiempo que no me fijaba, pero como siempre seguía ahí. Tan limpia, tan pura y tan bella. Era tan transparente que solo la podía distinguir por su silueta y gracias sus destellos. Además, esto era posible en ocasiones muy concretas, donde la luz caía en el ángulo correcto. Esta vez fue de la forma más tonta del mundo: en el reflejo de un charco...

Ahí seguía, fuerte y protectora. Mi bella campana de cristal. No la echo de menos, aunque aún la recuerdo con cierta melancolía. Quizá en ese momento de verdad me protegiese. No lo sé y nunca estaré seguro de ello, pero algo que siempre sentiré como verdadero fue el calor que sentí el día en el que por fin la rompí. Fue como salir de una casa un día de invierno toparse con el sol más espléndido. Como una sonrisa una tarde triste. Como un abrazo el momento más desesperado.

No sé qué fue de ella, nunca recogí del suelo los pedazos de vidrio. Cuando me di cuenta de ello, ni siquiera pude encontrarlos. No creo ya que me pueda cortar con ellos, puesto que ha pasado tanto que seguramente sean ahora parte del polvo. Esa época quedó atrás, tanto que casi no pienso en ella. Solo algunas noches, como tantas otras, en las que me despierto entre sudores fríos. Solo entonces, recuerdo aquella mañana.