Esa noche ella vestía sobre su vestido blanco una campana de vidrio que la protegía, como a aquella rosa en aquél cuento. Aunque te hubieses encontrado a su lado, ese día te habrías sentido lejos, solo y aislado.
Podrías haberla visto, admirado e incluso rezado, como a la diosa que fue en su momento y en su tierra, siendo musa de tantos y eternos relatos. Sí, aquel tiempo fue real y bello como la primera lágrima tras el primer amor.
Esa noche ella no andaba, sino fluía entre el mar de gente perdida que la mecía de lado a lado y que como ella, buscaban aquel algo que nunca habían llegado a conocer. Un algo que los sacase de la corriente y los entregase de nuevo a la orilla.