martes, 18 de agosto de 2020

Unos pensamientos de noche

Duermo tumbado sencillamente en ropa interior y sombre un cubrecamas. Este es áspero, probablemente de lana, y pica, pero me siento cómodo con la pequeña molestia. Entra la luz directa y naranja de la farola que hay a escasos metros de la ventana. Da un toque cálido a la habitación, pintada de frío blanco en paredes, techo y armarios. Es tal que puedo leer mi libro sin problema alguno. Me gusta.

Las noches son todas iguales, me despierto varias veces: entre las tres y las cuatro; de nuevo a las seis y media, entonces siento frio y me tapo con una fina pashmina; quizá a las ocho otra vez; y finalmente sobre las nueve suena el despertador. Hace algún tiempo hubiese sufrido por cada una de estas cosas… Que si pica, que si hay mucha luz, que si me despierto mucho, que si tengo frío y ahora calor… ¡Cómo pasa el tiempo y cómo cambiamos con él! Me gusta.

Siento que no le doy toda esa importancia que le daba antes a determinadas cosas. Cosas que, por su puesto, no merecían tal atención. Cosas —pesos— que de una u otra manera me he ido quitando de encima.Creo que busco mi yo más puro, liberado y despreocupado. Un yo sencillo y autónomo. Un yo más feliz. Siento, empero, que tampoco soy yo, porque no deja de haber cosas que quiero cambiar, que hago mal o que sé que no se pueden sostener a la larga. Esto ya no me gusta.

Pero ese es otro problema para otro día: quiero hacer las cosas siempre al momento y obtener los resultados siempre al instante. Quiero, quiero y quiero, pero no espero. Comienzo y desisto. Insisto y vuelvo a parar. Hago lo mismo que con este problema y lo dejo para otro momento. Pero bueno, ya pensaré en ello más adelante.

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