viernes, 28 de octubre de 2022

La campana de vidrio: ella

Esa noche ella vestía sobre su vestido blanco una campana de vidrio que la protegía, como a aquella rosa en aquél cuento. Aunque te hubieses encontrado a su lado, ese día te habrías sentido lejos, solo y aislado.

Podrías haberla visto, admirado e incluso rezado, como a la diosa que fue en su momento y en su tierra, siendo musa de tantos y eternos relatos. Sí, aquel tiempo fue real y bello como la primera lágrima tras el primer amor.

Esa noche ella no andaba, sino fluía entre el mar de gente perdida que la mecía de lado a lado y que como ella, buscaban aquel algo que nunca habían llegado a conocer. Un algo que los sacase de la corriente y los entregase de nuevo a la orilla.

Avanzaba ella por el camino, sin rumbo y pensativa. Recordando cada breve instante en el que el tiempo no se encontraba detenido, en el que la alegría y la tristeza eran su vida, en el que su campana de vidrio no le impedía hablar, oír, tocar ni respirar.

Esa noche ella seguía siendo ella, aunque atrapada una vez más en sí y por sí misma. Seguía pudiendo pensar, aunque no gritar o actuar, porque los propios pensamientos no daban lugar a nada que no fueran ellos mismos.

Eran tantos y tan fuertes, tan rápidos, tan agresivos y tan sinceros... y todos venían de una misma voz. Una voz que siempre estuvo ahí, en ella, y que siempre dijo cosas bellas hasta cierto momento cuando, quién sabe porqué, dejó de ser así. No fue de un día para otro, sino poco a poco, de forma imperceptible con el incierto paso del tiempo.

Esa noche, como todas las noches, siguió vistiendo su campana de vidrio y la campana siguió resguardándole de todo bien que en cualquier esquina pudiese acecharle.

Esa noche, como todas las noches, derramó sus lágrimas vacías sobre su cristal protector y las limpió con cuidado de no dejar huella.

Esa noche, como todas las noches, soñó con su tiempo y su tierra y lo vivió tan real como tú y yo estamos hoy soñando con ella.

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