sábado, 29 de febrero de 2020

Una carta embotellada

Esta noche me he despertado entre sudores fríos que han resultado ser gotas de agua. Se me ha hecho raro porque sé que en este desierto no llueve, sin embargo no le he dado mayor importancia hasta que he advertido que el agua que caía venia de tus ojos.

No he entendido porque tanta tristeza, no he comprendido porque llorabas. Siempre lo he hecho, ¿por qué no ahora?

No he sido capaz de mirar cuando te estabas marchando. Sabía que ver tu deslizar sobre la arena me haría salir detrás y no era el momento. He podido girarme únicamente al estar seguro de que habías desaparecido, detrás de alguna de las tantas dunas que creaste la última vez que te fuiste.

No concibo que el cielo te permitiese bajar a esta tierra yerma y sin vida. Aunque tú siempre has sido un alma libre, un espíritu inquieto. Allá arriba les ocurriría como a mí: no advertí tu partida hasta que sentí tu ausencia. Entonces, y solo entonces, ya era tarde.

Ahora, miro al mismo atardecer que tantas veces compartimos, pero aunque lo veo, ya no lo siento. Algo debiste haberte llevado contigo pues la arena no es la misma y el viento sopla distinto. Ya no azotan las tormentas, pero tampoco encuentro calma.

Tal vez sea el momento de decidirme a dejar atrás este desierto para encontrar uno nuevo. Sí, otro páramo vacío. Pues no quiero encontrarme cosas ya hechas, quiero sentir que cavo mis propios pozos y planto mis propias palmeras. Necesito sentir la vida correr por estas mis venas sin sangre.

Entrego esta carta embotellada a la tierra que tanto nos vio sentir y que, en secreto, me ha reconocido que te espera ver volver sobre esas huellas que dejaste y que el viento aún no osa desvanecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario